SOMOS POLVO DE ESTRELLAS

SOMOS POLVO DE ESTRELLAS

25 de septiembre de 2014

EXISTENCIA DEL SER

Aprender de la existencia conlleva situaciones de éxito y de fracaso. La condición humana circunscribe cada momento, de su actuar, en el desánimo o en la esperanza y construye un mundo fundamentado en lo que logra cotidianamente.

Existir es vivir, es estar en contacto conciente con el mundo. Los valores del hombre, como sujeto de cultura, imprimen carácter al comportamiento humano y le determinan su rumbo.

El ser humano en su ascenso a estados superiores, busca llegar a ser lo que verdaderamente le corresponde hacer. Esta condición le produce incertidumbre permanente frente a la vida misma porque en aquella búsqueda gasta su energía hasta el logro de aquella compensación.

El camino de la existencia marca el destino de las generaciones y exige a aquellas una cuenta constructiva en beneficio social.  Se vive en permanente preocupación por el aumento del progreso humano y del desarrollo de los pueblos, pero se suprimen garantías del pensamiento en aras del avance del conocimiento.

Todo elemento que retarde la comprensión al hombre, le produce angustia existencial. Esta estigmatiza el desempeño de la acción y compromete el logro de su propio beneficio. El existencialismo postula que son los seres humanos, en forma individual, los que crean el significado y la esencia de sus vidas. La corriente, de manera general, destaca el hecho de la libertad y la temporalidad del hombre, de su existencia en el mundo más que de su supuesta esencia profunda.

Carente de futuro, de acción y de desempeño, el mismo hombre se hunde en su propio destino y llora desde allí. Sólo le queda la búsqueda de estrategias para suprimir todo aquello que le ata y le compromete su libertad para que pueda volar, libre desde su existencia, hacia caminos de comprensión y de vivencias gratificantes que le supriman su propia angustia existencial.

El danés Soren Kierkegaard, profundamente religioso y considerado como el padre del existencialismo, manifestaba que es crucial para el espíritu reconocer que uno tiene miedo no sólo de objetos específicos sino también un sentimiento de aprehensión general, que llamó temor. Para Kierkegaard, el principal antecedente del existencialismo, la existencia es ante todo un existente: el existente humano. El temor enfrenta la carencia de estados de ánimo proactivos y este determina al hombre que sufre su propia depresión existencial.


Desde el portal de su conciencia, el hombre debe trascender a situaciones de comprensión de la existencia humana y ayudar, desde su capacidad, al manejo de la angustia existencial  del la humanidad.

16 de septiembre de 2014

EL ABRAZO DE MI ASESINO

Con el sol golpeándome de lleno me era imposible ver el rostro del hombre que grabaría mi ejecución. Vestía totalmente de negro, como el verdugo, pero al contrario que este no cubría su cara con ningún turbante.

Pese a que traté varias veces de desentrañar sus facciones y de buscar el contacto de sus ojos con los míos, no logré más que adivinar una barba poblada y una nariz aguileña. No dejaba de dar órdenes a mi ejecutor con muy malos modos, como un director de cine atribulado. Recé para que fuera rápido y para no sentir el filo del cuchillo rebanándome el gaznate. Me aterraba eso, más que la propia muerte.

A pesar de estar drogado, había vomitado de camino al improvisado patíbulo, un alto en mitad de un pedregal, lo que había enfurecido al cámara, más preocupado de que el retraso al cambiarme le robara la luz de la mañana. Contemplaba todo como un espectador narcotizado, con la esperanza de que no fuera más que un sueño. Sin embargo, mi conciencia no estaba adormecida. Andrew Bowley, de 42 años. Nacido en Birmingham.

Un año y medio atrás, los milicianos del Estado Islámico me secuestraron en la aldea Siria en la que trabajaba como cooperante, prestando auxilio médico a la castigada población local. Nunca pensé que aquello fuera a ocurrir. De haberlo sabido, habría huido de allí sin dudarlo. Nunca fui un héroe. Había oído hablar de la crueldad de los yihadistas del IS, pero por entonces aún no habían grabado ninguna decapitación, mostrando al mundo toda su barbarie.

Con la poca lucidez que me dejaban los sentidos, recordé las noches en España con Aurora. Su cuerpo desnudo y su piel cubierta por la sal. Su olor salvaje y la brisa del mar meciendo su cuerpo con el mío. Sus gemidos y el olor a vino. También la despedida, justo antes de partir hacia Damasco. Apenas unas lágrimas llenas de promesas.

Maldije mi suerte. Tenía miedo de que ese cuchillo fuera demasiado pequeño como para errar al cortarme de cuajo la cabeza. También temía que fuera su primera vez. Quería morir rápido. No sabía si iba a gritar o a implorar clemencia. No sabía para quién sería mi último pensamiento. Quizá para Aurora, quizá para mis padres. Quizá no hubiera un último pensamiento sino solo pánico. A pesar de las drogas, mi corazón latía desbocado, lo notaba palpitando casi en mi garganta.

Pensé en que el hombre que me iba a matar pudo haber sido compañero mío en el colegio. En que pudimos habernos cruzado alguna vez por las calles de Birmingham. Centenares de yihadistas eran de origen británico. Se habían criado con nosotros, compartiendo los juegos infantiles en el parque. Siempre me habían extrañado sus madres. Tapadas con el velo, con ropas negras de otro siglo, parecían congeladas en el tiempo de no ser por las zapatillas deportivas que calzaban.

No se relacionaban con nadie y solo hablaban entre ellas, a pesar de que los mejores amigos de sus hijos fueran blancos. Con el tiempo, ellos también dejaron de hablarnos y solo se les veía en grupos, apartados del resto de la clase. El sueño de la integración se había evaporado con escasas excepciones, pese a todos los beneficios sociales de que disfrutaban sus familias.
Quizá incluso llegué a compartir un abrazo con mi asesino en las gradas del Villa Park, celebrando un gol del otro gran amor de mi vida, el Aston Villa, y compartimos unas pintas tras el partido en algún pub.

El piloto rojo de la cámara se encendió. El verdugo levantó mi cabeza y se pegó a mi espalda. Sentí su aliento. Me oriné sin remedio en cuanto me tocó. Era la tercera vez.

A una orden, puso el cuchillo en mi cuello. No grité. Ese hijo de puta iba a acabar conmigo.

-Hazlo ya, supliqué en un susurro imperceptible.

Nunca pensé que moriría bajo un sol radiante. Sentí el filo en la piel. Debí casarme con Aurora y tener hijos. Me arrepentí de no dejar nada tras de mí, un legado.

No era mi hora. Duró un par de segundos.

 (En memoria de David Cawthorne Haines, cooperante ejecutado por el “estado islámico” y de todas las víctimas de la barbarie).

Por HUMBERTO MONTERO. Publicado el 16 de septiembre de 2014

http://www.elcolombiano.com/BancoConocimiento/E/el_abrazo_de_mi_asesino/el_abrazo_de_mi_asesino.asp