Quizás una de las graves enfermedades que aqueja nuestra estructura social
es la corrupción, que permea prácticamente todas las instituciones nacionales.
Son muy mediáticos los casos de corrupción oficial, de la que no se escapa
prácticamente ninguna entidad... corrupción en la salud, en la contratación, en
las fuerzas armadas, en las alcaldías, en las gobernaciones, en los institutos
descentralizados, en las altas cortes.
Pero muy poco de habla de la corrupción en el sector privado. Miembros de
juntas directivas o presidentes de compañías que se aprovechan de información
confidencial privilegiada para, por intermedio de testaferros, hacer negocios
en su beneficio personal. Jefes de compras que reciben comisiones de los
proveedores para favorecerlos con pedidos. Y es tan corrupto el que recibe la
“coima” como el que la ofrece.
Altos empleados que piden reintegro de gastos que no efectúan. Gerentes que
con la complicidad de contadores y revisores fiscales, maquillan la información
para volver buenos resultados unas pésimas gestiones.
Empresas competidoras entre sí, que forman “carteles” para manipular
mercados, precios y territorios. Vendedores que tienen contrato de exclusividad
con una empresa pero que manejan otras líneas que compiten con las de la
compañía que les paga.
Y así, múltiples formas de corrupción en el sector privado que cuando se
destapan se resuelven casi siempre con el despido del funcionario. De ahí no
pasa. El corrupto, muy orondo, vuelve a ser contratado sin ser sometido a
ningún tipo de sanción moral o económica.
En el sector público, escasas, pero se dan sanciones pecuniarias y morales
para los corruptos. Qué tal si las empresas privadas adoptaran un código de
conducta para informar, por ejemplo, a las Cámaras de Comercio el nombre de
esos funcionarios de forma que esas listas se puedan consultar públicamente.
Seguramente dirán que eso atenta contra la libertad individual o contra el
libre desarrollo de la personalidad. Pero es urgente que se tengan herramientas
efectivas para combatir quizás el mayor mal de nuestra sociedad.
Julio César Tettay Calle
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