El ser humano existe durante un tiempo muy breve y a través de este puede
darse cuenta, en una mínima parte, del mundo y del universo al cual pertenece;
por ejemplo durante su camino de vida puede comprender la forma dicotómica de
todo lo que le rodea.
Siempre en nuestra conciencia nos estamos moviendo entre dos opuestos,
quiero decir, entre la luz y las tinieblas, la expansión y la contracción y así
sucesivamente en la infinitud de casos de la existencia. Nuestro comportamiento
también está enmarcado dentro de la dicotomía del mundo, porque los actos
humanos pueden ser realizados desde la autonomía o desde la heteronomía.
Existen seres autónomos, los que se valen por sí mismos, toman sus propias
decisiones, no dependen de nadie y construyen formas de liderazgo y de
conducción y por ello son los que dejan a las generaciones posteriores un
legado para el manejo propio de la vida. La gestión es realizada en forma
independiente y no requieren de apoyo ni de actos extraños que apuntalen su
proceder.
Otros, son los seres heterónomos, los que son manejados desde afuera,
porque sus actuaciones y decisiones dependen de los semejantes que se mueven en
su entorno, en este caso todos tienen mente pusilánime que pueden ser moldeadas
por personas ajenas con intereses particulares y confusos.
Desde la construcción del ser, creo debemos tener nuestra autonomía porque
ésta nos permite hacer uso de la libertad, uno de los grandes derechos del
hombre. Cualquier ser humano establecido en cualquier sociedad tiene una cota
de libertad, las acciones que puede hacer y las expresiones que puede
manifestar y, asimismo, unas imprescindibles posibilidades por difundirlas, en
una realizable libertad pública o social, que depende de sus recursos.
El ser heterónomo ata al hombre, lo somete al vaivén de las actuaciones del
otro y encadena su pensamiento y su acción a otras formas que le hacen daño y
acortan su camino de triunfo en la vida, por lo tanto vive según reglas que le
son impuestas y que en el caso del ser humano se soportan contra la propia
voluntad.
La ignorancia de las formas de actuar en el ser humano conduce a que otros
más avanzados y autónomos se ensañen contra la forma de ver el mundo de
aquellos faltos de conocimiento y de decisión y es por ello que la capacidad
para sentirse culpables sea el estigma de su vida.
Desde el ser autónomo o desde el ser heterónomo podemos deducir cómo
vivimos e interaccionamos con el mundo, dando paso al determinismo,
causa-efecto y desde este concepto se puede predecir el resultado del acto que
se realiza. Vale el hombre por su grado de autonomía y responsabilidad de
pensamiento.
El determinismo autonómico permite el comportamiento humano desde el libre
albedrío, y desde éste puede construir su mundo responsable y rodeado de
sinceridad. El heteronómico es de manipulación y de actos cuestionados por sus
niveles de inconsciencia y adaptación.