Recurrentemente
he sostenido que alcanzaremos mejores niveles de vida cuando entendamos que el
relacionamiento de la sociedad debe estar impregnado de reglas morales estrictas.
Deslindemos:
ética es la reflexión sobre el fenómeno moral. Las reglas, las normas, el
contenido de la acción humana, refieren a la moral. Referirnos a la ética y la
política no debe ser un mero ejercicio de retórica; debe ser un presupuesto a todo
intento de respuesta a las incertidumbres e inseguridades que nos acechan.
Y vaya que
hay incertidumbres e inseguridades. Porque no olvidemos además, que la política
se confunde con el interés general. Un hombre político es un hombre que
pertenece a todos, es un hombre que cumple un mandato. No sólo es responsable
de lo que dice o hace; sus abstenciones o silencios le comprometen tanto como
sus actos y palabras.
La política
como "arte" del gobierno, es un elemento necesario del Estado. Sin
política no puede haber vida social institucionalizada, ni es posible la
convivencia civilizada bajo el Derecho. Su existencia, unida a la ética y a la
idea de objetivos vinculados con el bien común, marca el comienzo de la
reflexión sobre la ciudad, la
República , el Estado. De allí que la política es una
actividad indispensable, noble y elevada.
Sin duda
ética y política están y deben estarlo, unidos en forma incontestable y la
crisis de hoy en lo que refiere a los políticos y a la Política (en términos
generales), es una crisis que deriva del alejamiento, del abandono de la regla
moral, de la conducta moral y de la reflexión ética aplicable a la Política.
Los
políticos que no están animados por el sentimiento del interés público y buscan
en la política un refugio y hacen de ella un oficio cuando debería de ser un
deber, tienen que ser radiados.
Siempre
desde la democracia ateniense hasta nuestros días, el juicio hacia los
políticos ha estado lindando la censura y se les imputa todo tipo de
desventuras. En la actualidad se manifiesta con otra virulencia, por la
difusión, la información generalizada y el fenómeno de las encuestas de
opinión. Y desde ya que el juicio negativo en la mayoría de las veces en cuanto
a la honestidad de los políticos, es injusto.
Si algo
sucede es el reflejo del estado de la sociedad en su conjunto, en un momento de
decadencia moral y de relajamiento de los controles éticos y del valor de la
conciencia de la propia dignidad. Y esto no refiere solo a la actividad
política, sino también en la actividad privada, profesionales, obreros, en la
sociedad en general. La corrupción, fenómeno social generalizado, solo puede
combatirse por medio de la revalorización ética y la lucha institucional y
jurídico penal contra ella, pero sobre todo por la participación de todos los
ciudadanos de una manera activa, en la política.
El hombre
político siempre está obligado a rendir cuentas y tiene al público por
clientela… pero lamentablemente parece que no son tiempos donde las actitudes
de respeto y sensibilidad, primen. También este tema tiene que ver con el
ejercicio de la función dependiendo el lado del mostrador en que se encuentre
el político gobernante.
¿Por qué hoy
se hacen cosas como gobernantes que otrora no se hacían? ¿Cómo es posible que
lo que se fustigaba en la oposición se aplica cuando se es gobierno? ¿Quién
devuelve el tiempo miserablemente perdido? ¿No hay allí falta de ética en el
ejercicio de la función?
Sería buena
cosa comenzar a estar imbuidos de estos conceptos, vinculados a la ética y al
decoro: enaltecen el espíritu, fortifican el alma, darían luz a una sociedad
pacata necesitada de robustecer la menoscabada dignidad.
ANÍBAL DURÁN
HONTOU
http://www.elpais.com.uy/120428/predit-638521/editorial/etica-y-politica/