Editorial 26 de septiembre de 2015. El Espectador Colombia
El demonio, como dicen, está en los detalles, y a los acuerdos todavía les
falta cincelar muchas particularidades que causan justas tensiones, tanto en
Cuba como en Colombia. Pese a esto, la propuesta que el Gobierno y las Farc le
hacen al país está cada vez más clara y los aportes de cualquier índole son
bienvenidos, siempre y cuando sean eso: propuestas para mejorar lo pactado, no
para destruirlo.
Por primera vez, desde que el gobierno de Juan Manuel Santos comenzó a
negociar con las Farc, la pelota está en la cancha de todos los colombianos.
Hay algo que, pese a todos los grandes retos que aún faltan por superar, parece
cierto tras el anuncio del pasado miércoles en La Habana: habrá, con un
altísimo nivel de probabilidad, un acuerdo para terminar el conflicto armado de
más de medio siglo con la guerrilla más vieja del país. Lo que está por verse,
sin embargo, es si todos los actores de la sociedad están dispuestos a dejar a
un lado los discursos de guerra para ayudar en la construcción de una paz que,
si no es de todos, simplemente no es viable.
El demonio, como dicen, está en
los detalles, y a los acuerdos todavía les falta cincelar muchas
particularidades que causan justas tensiones, tanto en Cuba como en Colombia.
Pese a esto, la propuesta que el Gobierno y las Farc le hacen al país está cada
vez más clara y los aportes de cualquier índole son bienvenidos, siempre y
cuando sean eso: propuestas para mejorar lo pactado, no para destruirlo.
La pregunta previa que todos
debemos hacernos antes de intervenir en este debate es esta: ¿estamos dispuestos
a apostar por este esfuerzo concreto para hacer posible entre todos la
construcción de un país distinto? Porque, más allá de toda la retórica sobre la
paz —ese derecho fundamental que nuestra Constitución carga en su artículo 22 y
siempre ha sido, a la vez, una promesa y una súplica—, lo que produjo la mesa
es una base concreta que ha de llevar a la dejación de las armas y la
transformación de las Farc en una fuerza política legal.
Si eso va a traer la
“paz” es un tema importante, pero sus consideraciones no son prácticas. La
erradicación de la violencia y la desigualdad social, así como la reparación de
las heridas que el conflicto ha causado, no terminan en la firma de un papel,
pero sí pueden empezar ahí. De nosotros depende.
En ese sentido, es importante que
la oposición recuerde que el disenso puede usarse para construir, para mejorar.
Y no sólo les estamos hablando a partidos políticos particulares, sino a todas
las personas que tienen reparos, preocupaciones o simple incomodidad frente al
avance del proceso. Aunque el acuerdo no sea perfecto a sus ojos, sí necesita
de su participación.
No son útiles —ni ciertos— los
discursos fatalistas que hablan de una rendición del Estado ante las fuerzas
terroristas. El acuerdo, de hecho, es una apuesta por fortalecer las
instituciones democráticas para garantizar su subsistencia. Y ha sido tejido de
la mano de una comunidad internacional que tiene elevados parámetros de verdad,
justicia, reparación a las víctimas y garantías de no repetición.
Entendemos
que estamos próximos a unas elecciones regionales y que mucho de lo que se dice
busca un efecto en ellas. Si es mucho pedir un cambio inmediato, al día
siguiente de las elecciones podrían comenzar a pensar en el país que nos
merecemos.
Nuestro compromiso desde estas
páginas seguirá siendo el mismo que nos fundó en 1887: aportar con nuestras
ideas a enriquecer la discusión que nos permita tener un mejor país. Hoy en
verdad creemos que, si seguimos haciendo las cosas bien, le daremos a Colombia
una nueva oportunidad de existir sin definirse a partir de la violencia. Esa es
una apuesta que no podemos dejar de hacer todos los colombianos.
http://www.elespectador.com/opinion/editorial/nuestras-manos-articulo-588911
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