Hoy estamos acostumbrados a ver
nuestra tierra flotando en el universo, conocemos su forma y su apariencia y la
tenemos grabada en nuestro cerebro. Las naves espaciales, producto del
desarrollo científico y tecnológico, nos han entregado este regalo. La imagen
de la madre tierra, bella, frágil y bailando alrededor del sol hace parte de
nuestra memoria cotidiana.
La imagen fantasmal de la tierra vista
desde el espacio se ha convertido en un verdadero ícono de todos los medios de
comunicación y esta empieza a crear conciencia universal sobre el único
apartamento que tenemos en el universo, al menos por ahora.
Esta conciencia subliminal de nuestro
planeta ha empezado a generar una conceptualización alrededor del equilibrio
que se presenta en el sistema solar. Estoy hablando de una capacidad de
entender la vida en este vasto océano de colores verde y azul que nos cobijan.
Desde el verde de las plantas que se
agrupan en la forma de frondosas selvas, hasta el azul que cubre el vaivén de
los océanos y el blanco de las nubes, en un firmamento también azul, la tierra
parece ser un ser vivo, encargada de proteger todas las formas de vida animal y
vegetal.
Devereux en su teoría GAIA dice: “El
mayor organismo vivo que hay en la tierra es la tierra misma”. Tiene la
capacidad de autorregularse como estrategia de protección de todas las formas
vivas.
El mundo actual se mueve en forma
dicotómica. La primera forma se analiza desde una visión del mundo desde lo
“económico” la cual defiende que debemos explotar el planeta en aras del
“progreso”. Es necesario crecer desmesuradamente, habitar el planeta de una
manera caótica. Es necesario generar riqueza a partir de la explotación de los
recursos no renovables. Es significativo producir en forma masiva y promover el
consumismo.
La visión contraria dice “que lo que
es demasiado caro” es no cambiar nuestra forma de proceder, porque el tejido de
la vida en la tierra corre un peligro obvio, se percibe un desastre en
potencia.
Los pueblos primitivos veneraban la
tierra y a partir de su sensibilidad religiosa le rendían culto, la
consideraban la madre de la vida. Hoy la tecnología y el desarrollo científico
le han permitido al hombre el dominio de la naturaleza y entonces se ha
sustituido la veneración de la tierra por la estrategia de la explotación
irracional de sus recursos.
Estamos entrando en el camino del no
retorno, porque hemos abandonado el manto tutelar que nos tiende nuestro
planeta y nos hemos dedicado a su saqueo. Apenas empezamos a comprender que
hemos dañado la tierra y que esta se manifiesta, en sentido pesimista, con los
desastres del cambio climático que empezamos a vivir.
Esta es la obra del hombre construida
sobre el afán de la sobre explotación y la obtención de riqueza desmesurada,
destructiva de la conciencia humana.
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