SOMOS POLVO DE ESTRELLAS

SOMOS POLVO DE ESTRELLAS

19 de marzo de 2008

EL OBRAR MORAL

EL OBRAR MORAL

Sólo el hombre es capaz de acción moral; no hablamos de conducta moral aplicándolo a los animales; la razón de ello, es que el hombre es un ser libre y, en consecuencia, responsable de sus actos, mientras que no ocurre lo mismo con los animales; además, sólo el hombre es capaz de realizar valoraciones morales, sólo de las acciones humanas decimos que son morales, inmorales o amorales.

En el hombre hay dos series de operaciones, de acuerdo con el modo que hayan sido realizadas: los llamados actos del hombre, que proceden del hombre, pero sin dominio racional; y los actos humanos, que el hombre realiza según su modo específico propio, es decir, en cuanto ser racional y libre.

Por ser libre, el obrar humano posee una contingencia constitutiva: es concreto, cambiante, circunstancial. Lo que hago puedo no hacerlo, o hacerlo de otro modo. Las circunstancias no determinan totalmente mi actuar, sino que puedo asumirlas más o menos, y de un modo u otro. Por todo ello la vida humana es radicalmente insegura, es decir, en todo momento representa un reto: con mis actos puedo lograrme como persona o malograrme, superarme o degradarme; mis acciones me desvelan o me encubren. En una palabra, son autorreferenciales, es decir, revierten sobre el sujeto modelándolo para bien o para mal.

Existen actividades, como las fisiológicas, que no dependen de nosotros sino en sentido muy laxo; siguen sus propias leyes, sobre las cuales nuestro poder es limitado. Son actividades que se desarrollan en nosotros más que surgir de nosotros. También la actividad propia y esencialmente espiritual de la inteligencia está sometida a un determinado mecanismo preciso. Es verdad que depende de cada uno de nosotros aplicar o no nuestra inteligencia, aplicarla a éste o aquel objeto de estudio o de investigación, aplicarla enteramente o contentarse con una aplicación superficial. Pero, puesta frente a la verdad comprendida, la inteligencia no es ya libre de darle o no el asentimiento; está constreñida por ella.

La ética es la parte de la filosofía que se ocupa del obrar del hombre, de sus acciones. Este obrar humano se puede entender en forma individual o en forma social. Para Aristóteles, existían tres niveles en el obrar, el obrar del individuo, el obrar de la familia y el obrar de la sociedad.

La ética discute y juzga las normas morales y jurídicas, siendo las primeras las que regulan lo que la sociedad aprueba o desaprueba, y las segundas las que regulan las prohibiciones, castigando el incumplimiento de las mismas.

Elementos esenciales: conocimiento y voluntad

El acto humano implica una estructura cuyos elementos generales y esenciales son:

· El cognoscitivo. Capaz de conocer o comprender.

· El volitivo. De la voluntad.

El cognoscitivo

Es el elemento imprescindible, porque no se puede querer algo si antes no se conoce, y tampoco podemos querer algo libremente si no somos conscientes de ello. Este conocimiento incluye la advertencia, atención de la mente al acto; la deliberación, valoración sobre la conveniencia o inconveniencia del acto; y el imperio, la determinación al querer.

No basta cualquier conocimiento para que haya un acto humano; pero no se requiere un conocimiento tan completo y exhaustivo que apenas podría darse en la práctica. Puede decirse que, en general, para que haya un acto humano es necesario y suficiente con que el sujeto tenga advertencia del acto que va a realizar y de su conveniencia o inconveniencia: así el sujeto puede ser dueño de ese acto.

El volitivo

El acto voluntario es el que procede de un principio intrínseco con conocimiento del fin. Dos cosas son, así, necesarias para que algo se diga, en sentido verdadero, del acto voluntario:

· Que procede de nuestra voluntad a manera de efecto.

· Que el efecto o resultado de nuestra voluntad haya sido, al menos en su causa, previsto por el entendimiento, previamente a ser realizado por la voluntad.

LA LIBERTAD

Es la facultad que tiene el ser humano de obrar o no obrar según su inteligencia y antojo. Es el estado o condición del que no se está sujeto a otro. Es característica esencial de los seres inteligentes y, por tanto, de su actividad. Sin ella, el obrar humano se queda a un nivel puramente animal. Sin libertad no puede haber vida moral porque, para obrar moralmente, no basta con saber distinguir entre el bien y el mal, se necesita también tener posibilidad de autodeterminarse con dominio del acto. Sólo de esta manera se puede ser responsable y, por tanto, capaz de mérito o culpa, de premio o castigo.

Guillermo Cabanellas al respecto nos dice: se trata de la "facultad humana de dirigir el pensamiento o la conducta según los dictados de la propia razón y de la voluntad del individuo, sin determinismo superior ni sujeción a influencia del prójimo o del mundo exterior", a lo que podemos agregar que, siendo así, el ser humano es libre independientemente de la existencia de las normas que rigen su conducta y de las sanciones que, como resultado de la priorización optada, se deriven.

Libertad, capacidad de autodeterminación de la voluntad, que permite a los seres humanos actuar como deseen. En este sentido, suele ser denominada libertad individual. El término se vincula a de la soberanía de un país en su vertiente de ‘libertad nacional’. Aunque desde estas perspectivas tradicionales la libertad puede ser civil o política, el concepto moderno incluye un conjunto general de derechos individuales, como la igualdad de oportunidades o el derecho a la educación.

La libertad es necesaria para la moralidad y la razón. Sin libertad no tiene sentido hablar de exigencias éticas. Sin embargo, aunque existan factores condicionantes de nuestro obrar, esos condicionantes no plantean problemas a la ética.

Si prestamos atención al ejercicio de nuestra razón, al modo de conocer, vemos que nuestra conciencia tiene siempre por objeto una realidad particular, un ámbito limitado de la realidad: conocemos ésta o aquella cosa, esta o aquella persona.

Si ahora prestamos atención a la actividad de nuestra voluntad, advertimos que versa sobre lo que es presentado por nuestro entendimiento. Nada es querido sino es primero conocido y no se puede tener ninguna voluntad de lo que no es conocido de ningún modo. Nuestra voluntad está relacionada con la razón. En el fondo, son dos funciones correlativas y complementarias del sujeto, en su unidad íntima.

Esta estrecha correspondencia nos hace conocer la estructura esencial de la libertad humana. Analicemos esta correspondencia. Igual que la inteligencia tiende dinámicamente a la totalidad del ser, no hacia este o aquel ser, sino hacia el ser como tal, así, correlativamente, nuestra voluntad tiende dinámicamente hacia la totalidad del bien, no hacia este o aquel bien, sino hacia el bien como tal.

En esta vida encontramos sólo bienes limitados, de valor finito. Sin duda son bienes bajo un cierto aspecto. Pero, sin embargo, al mismo tiempo, muestran una carencia, un límite.

Con frecuencia, decidirse por un bien supone renunciar a otro bien. Puesto que esta es la ineludible condición en la que se encuentra nuestra existencia, ningún bien puede determinar nuestra decisión, porque ninguno de ellos, dado su límite, puede imponerse de manera tal que sea necesariamente querido y asumido.

El acto libre consiste precisamente en esto; la decisión de nuestra voluntad no es algo que nos viene impuesto necesariamente, sino que es una determinación que nosotros mismos, que cada uno de nosotros y ningún otro o nada diferente en nuestro lugar, ponemos en acto.

Lo que no significa que la decisión libre sea ciega; está motivada por un juicio de la inteligencia, esto es por un bien para mí. Pero no está determinada por el juicio. Lejos de ser, por tanto, una simple función de la inteligencia, mediante la cual el hombre realizaría lo que la inteligencia le presenta, la voluntad es una energía espiritual nueva que, mediante su decisión libre, ejerce un dominio sobre la inteligencia, y hace aparecer como bien para mí, lo que decido que sea tal. La voluntad recibe sus motivos de la inteligencia, pero es ella la que los hace decisivos.

ACTO LIBRE

El acto libre es el acto en el cual y mediante el cual la persona humana quiere un bien, simplemente porque su voluntad ha decidido que él sea su bien, el bien que valga para ella.

En la decisión libre, la persona, afirmando su autonomía en relación a los diversos bienes limitados y su poderío sobre sus propias determinaciones, poniéndose como punto de partida y razón suficiente de una serie de acontecimientos, discontinua respecto de la que le precede, reivindicando para sí misma la plena responsabilidad de lo que hace, llega a ser verdaderamente subsistente, es verdaderamente "en sí misma". Decide sobre sí misma. La libertad es la concreción, la realización perfecta de la persona humana, como tal.

El hombre es verdaderamente libre, puedoe querer una manzana o una pera, o también no querer nada. Los distintos condicionamientos, familia, escuela, costumbres, en la mayoría de los casos no quitan la libertad, pero la pueden limitar. Por lo tanto es necesario afirmar que la libertad de base permanece, y todos tenemos la experiencia, no obstante los condicionamientos, de que podemos obrar según nuestro arbitrio.

Admitiendo, pues, que la verdadera acción humana es aquella que es libre, la moral no mira si nuestra acción es importante o no, si es eficaz o no, si es aplaudida o no. Lo que cuenta para la moral es si la acción que estamos realizando es buena o mala. Decir por tanto que las acciones son morales o inmorales equivale a decir que las acciones son buenas o malas.

Libertad y ser humano

Es difícil aceptar la libertad pues tenemos muchos y grandes condicionamientos, obstáculos, impedimentos. Además, como la libertad no es objetivable, no la podemos demostrar.

El hombre no sólo es sino que también se hace; es fruto de sí mismo, de su libertad, de sus opciones libres. Es hombre en búsqueda de verdad. Pero además, jerarquiza y realiza los valores según su proyecto personal de vida.

Es por ello que la sociedad y la comunidad deben dar al niño que nace, las condiciones para que encuentre lo necesario para realizarse como persona en vistas a una integral realización.

En la experiencia de nuestra libertad, nos damos cuenta del siguiente hecho. Lo que decide a la persona a elegir este bien más que aquel otro es que ella decide que este bien es un bien, un valor para sí misma. Es éste el bien para mí, para ese mí que ahora quiero, que ahora decido ser.

Por eso, en realidad, la decisión libre se ha tomado ya antes y, en último análisis, ha tenido por objeto a mí mismo. Si elijo faltar a la lealtad a un amigo, porque esto me hace ganar mucho dinero, es porque el bien del dinero, según aquello que yo he decidido ser, ejerce una fuerza atractiva más fuerte que el valor de la amistad.

En la decisión libre, la persona, afirmando su autonomía en relación a los diversos bienes limitados y su poderío sobre sus propias determinaciones, poniéndose como punto de partida y razón suficiente de una serie de acontecimientos, discontinua respecto de la que le precede, reivindicando para sí misma la plena responsabilidad de lo que hace, llega a ser verdaderamente subsistente, es verdaderamente en sí misma.

La libertad es la capacidad de la persona humana de disponer de sí misma; es la capacidad de autodeterminarse. Su objeto, siempre incluido en toda decisión es la persona misma que actúa libremente.

La primera consecuencia necesaria, entonces, es que la libertad está intrínsecamente relacionada con el valor ético; que el valor ético es la norma de la libertad, que el obrar libre tiene siempre una connotación ética o moral, que mediante la libertad la persona humana se hace buena o mala moralmente.

LOS VALORES ETICOS

Los valores están presentes desde los inicios de la humanidad. Para el ser humano siempre han existido cosas valiosas: el bien, la verdad, la belleza, la felicidad, la virtud. Sin embargo, el criterio para darles valor ha variado a través de los tiempos. Se puede valorar de acuerdo con criterios estéticos, esquemas sociales, costumbres, principios éticos o, en otros términos, por el costo, la utilidad, el bienestar, el placer, el prestigio.

En sentido humanista, se entiende por valor lo que hace que un hombre sea tal, sin lo cual perdería la humanidad o parte de ella. El valor se refiere a una excelencia o a una perfección. Por ejemplo, se considera un valor decir la verdad y ser honesto; ser sincero en vez de ser falso; es más valioso trabajar que robar.

Los valores pueden concebirse como elecciones estratégicas con relación a lo que es conveniente para conseguir nuestros fines. Es importante entender que estas elecciones provienen, a su vez, de supuestos básicos o creencias sobre la naturaleza humana y el mundo que nos rodea.

Lo que tienen más propio los valores éticos es el imperativo de acción que comportan, es decir, son unos valores que se nos imponen como pautas de nuestra acción. Los valores éticos, pueden no coincidir con nuestros deseos, pero sentimos que debemos intentar realizarlos si no queremos perder categoría como personas que somos. Nadie está obligado a ser una persona bella, ágil o simpática, pero toda persona está moralmente obligada a ser justa. Los valores éticos, a diferencia de los que no lo son, dependen de la libertad humana: una persona puede no ser justa, negando la exigencia universal de justicia. Y porque dependen de la libertad, los valores éticos sólo pueden atribuirse a las personas, no a las cosas: un paisaje puede ser bello pero no justo, unas deportivas pueden ser cómodos pero no buenas en sentido moral.



Todos los valores comportan un deber ser: es deseable ser alegre, ser enérgico, ser útil, pero los valores éticos, además de este deber ser implican un deber hacer, son una prescripción o norma que tenemos que cumplir.

El fenómeno de la moralidad es conocido por todos nosotros, porque es una de las experiencias fundamentales de nuestro ser hombres. En nuestra experiencia advertimos la atracción de algunos valores, por ejemplo, el valor de la justicia, el de la lealtad, que exigen ser reconocidos, realizados y jamás traicionados.

La persona humana es responsable del bien moral. Cada una se juzga con derecho de alabar a otra por su justicia, por su fidelidad, etc. Nadie reprobará a otra persona que haya nacido con la vista enferma, o lo alabará por haber nacido robusto. Alabanza o reprobación, culpa o mérito son realidades que se encuentran sólo en el ámbito del valor moral. Esta característica nos revela la relación intrínseca y necesaria que existe entre el valor moral y la libertad personal.

Los valores morales están relacionados entre sí con tal fuerza que uno no puede jamás excluir a otro. Cada uno de los valores morales y todo el conjunto de los valores morales son indispensables para la vida humana.

El bien moral se refiere a la persona humana propiamente como tal. El bien o valor moral no se refiere a la persona humana desde un cierto punto de vista, sino como tal, en su totalidad. La esencia del valor moral es que en él y por él, el hombre llega a ser simplemente un hombre bueno, realiza simplemente la verdad de su ser hombre. El bien que el hombre puede hacer no se refiere a su propia perfección: puede quizá hacer el bien, pero no hacerse bueno. Lo que entonces se considere como bien tiene un ámbito limitado a lo externo: a las repercusiones de los actos propios en la vida de los demás o en la de la sociedad en su conjunto.

De esta manera se explican las características que sólo el valor moral posee. Se conecta necesariamente con la libertad y, por consiguiente, que seamos responsables de él, depende precisamente de que no nos realicemos humanamente si nos realizamos libremente; realizar la verdad del ser hombre no libremente es una contradicción en los términos.

Se comprende también el profundo desasosiego que el hombre experimenta cuando traiciona un valor moral. Es por esto por lo que el valor moral se presenta como indispensable, el único valor verdaderamente necesario.

La percepción del valor moral coincide con la percepción del valor o dignidad de la persona humana; dignidad que vale por sí misma, no en razón de otro, como queda patente por el carácter incondicionado con que el valor moral interpela a la libertad.

Vista la libertad como capacidad de disponer de sí mismo, de autodeterminarse, y que el valor ético es la norma de la libertad, antes de dejar la sesión de hoy, vamos a hacer alguna consideración más que nos abra las puertas de la próxima sesión.

La libertad no es una simple función de la razón, es también verdad que la razón no es una simple función de la libertad. La razón es la facultad de la verdad y ella sabe cuáles son las exigencias absolutas de la verdad del hombre, aquellas exigencias que se nos muestran en la experiencia ética de los valores morales y son conocidas mediante normas morales. De ellos se infiere, que la persona humana, cuando dispone de sí misma, cuando decide sobre sí misma, se encuentra ineludiblemente enfrentada a las exigencias de su verdad, que ella conoce mediante la razón, siempre implicada en todo acto de libertad.

La libertad en cuanto libertad, lleva inscrita, por tanto, en sí misma los valores morales que, a su vez, llaman a las normas morales: normas de la libertad, necesidades de la libertad.

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